Clubhouse, el “after work” digital o el nuevo hablar por hablar
Y en mitad de la fatiga digital provocada por la pandemia global, llega una nueva aplicación de audio social y agita el ecosistema. Todo el mundo habla de y en (por ahora solo si tienes un iOS) Clubhouse. La app de audio chat, como se autodenomina, está despegando muy rápido y se está convirtiendo, según mi impresión y distanciamiento social mediante, en una especie de “after work” digital por el que pasarse. Igual entras en una sala para escuchar o participar atraída por un tema concreto que puedes acabar en otra por el placer de compartir un rato con conocidos y amigos de conocidos hablando de vanalidades como la serie que estás viendo o acabar escuchando cómo echan las cartas del tarot.
Según Fortune, la app está valorada en 1 mil millones de dólares, convirtiéndose en una “startup unicorn” del nivel de Uber y AirBnb. Resulta fascinante comprobar cómo una app basada en audio en directo, solo para usuarios de iPhone y mediante invitación, ha logrado crecer en búsquedas un +7400% en menos de un año y alcanzar los 2 millones de usuarios activos semanales en enero de 2021 (H. Tankovska, 2021), aunque no sabemos el tiempo medio de estancia (entre 11 y 22 horas a la semana). Sería interesante saber este dato de performance de escucha y número de “rooms” y “clubs” creados, datos de perfil sociodemográfico de la aplicación, antes de que salga la versión de Android, para después comparar.
Es una fiebre global que, por ahora, hasta en China está presente. En España se acaba de desatar y desde finales de enero se encuentra en el TOP 150 de las aplicaciones más descargadas, según Appfigures, con una puntuación de 4.9 sobre 5 con 292.3K valoraciones.
Se podría considerar Clubhouse como el primer gran éxito global del “audio social”. Aunque se hayan realizado meritorias acciones y vemos más en el horizonte, hasta ahora ninguna ha logrado captar tanta atención de usuarios e inversiones y sin estar monetizada. Ya se están planeando implementar pruebas beta en algún momento de este año con un modelo de pago a los creadores de contenido (tipping, tickets y suscripciones).
No solo por ser un producto digital basado en el audio, Clubhouse me interesa como plataforma porque ha sabido apropiarse de tres factores que impregnan la esencia de la radio: lo inmediato, el tema como “gancho” y la sintonía con los tertulianos o colegas. El que solo puedas escuchar la conversación en el aquí y en el ahora me parece un gran acierto porque consigue vincular tu contexto virtual y físico y por ejemplo, estás haciendo algo como planchar y accedes a la app, ves qué temas o personas hay en la agenda (o parrilla), entras, comienzas a escuchar y continúas con lo que estás realizando y en el momento en que decae tu interés, es tan fácil entrar y salir de las “rooms” como de cambiar en el dial y frente a la radio, si en un momento dado quieres intervenir, tu voz también cuenta. Por algo ha surgido en plena pandemia, una plataforma perfecta para el acompañamiento y frente a la soledad.
Como ya sucede con Stereo y los YouTubers, Clubhouse también me parece un complemento estratégico idóneo para el podcasting, completando esa parte de conversación y relación con la comunidad en torno a un tema o al consumo de los programas asíncronos, muy bien producidos y con gran riqueza de narrativas, sonidos y temáticas. ¿Cuántos podcasts se crearán a partir de Clubhouse y cuántas rooms se formarán a partir de oyentes de podcasts?
Como usuaria de Clubhouse que desea que se generalice y sea más un TikTok (ya dicen “la red para gente mayor de..”) y no se desvanezca como Snapchat, también le veo algunos riesgos:
- El primero, la privacidad. Nada más entrar, aunque seas una invitada, acceden a toda tu agenda de contactos y después descubres que los clasifica por popularidad y seguidores dentro de la plataforma y se van estableciendo nexos que ni siquiera logramos entender, siendo una muestra clara de lo que apuntaba Shoshana Zuboff en “La era del capitalismo de la vigilancia” donde “Los usuarios no somos productos, sino más bien, las fuentes de provision de la materia prima del proceso” (2020, p. 101).
- El segundo, caer en la irrelavancia o en la pérdida de la naturalidad y proximidad. Para hablar, hace falta tener algo interesante que decir porque a pocos les gusta hablar al vacío. Esperemos que las conversaciones sean de interés y respetuosas para los oyentes para evitar que lleguemos a coartarnos de participar o expresar opiniones, sobre todo para las personas con un perfil más público. “El negocio del streaming vive de la frecuencia de uso y de la retención. […] Depende, en definitiva, de lo mucho que lo uses de forma satisfactoria” (Elena Neira, en Streaming wars, p. 90).
- El tercer riesgo, el sesgo del algoritmo y que se promuevan “rooms” por motivos o intenciones opacas para dirigirte a ciertas temáticas y personas.
- Y por último, que se convierta en una hoguera de vanidades o en otro escaparate narcisista (ojalá que no para el troleo), donde las marcas se apropien de los tertulianos y copen el espacio organizando clubs con su enfoque de influencers publicitario más que aportar un valor para una comunidad, por lo que deberíamos empezar escuchando, antes que hablando.
En general, esta regla de escuchar antes de hablar nos la podemos aplicar para todo.